Hace mucho, mucho tiempo, cuando ni siquiera Gormul
existía, cuando Dambil aún no se había creado, un gran cataclismo estaba
acechando la zona norte del mundo mágico.
Allí, entre la ciudad del Minotauro y el mar de las
siete aguas, concretamente en la ciudad de Siempreinvierno, se estaba
debatiendo una feroz batalla. Esta batalla marcaría por completo la vida del
consejo de Los Veintitrés.
Hacía ya dos días y dos noches que el campamento de
los orcos luchaban contra los habitantes del reino de Brazofort. Debatían por un manuscrito; El Manuscrito de los
Cuatro Elementos. Éste guardaba todos los hechos ocurridos a todas y cada una
de las cuatro tribus. Sus secretos más
ocultos, sus cualidades y debilidades, todo y absolutamente todo lo relativo ellas.
El campo de batalla era un auténtico infierno. Todo
era un completo caos. Orcos fuertes y robustos; protegidos por gruesas corazas
y poderosas dagas y humanos; con sus respectivos yelmos, armaduras y espadas
luchaban entre sí. En el suelo yacían los cuerpos sin vida de aquellos
valientes que habían dado su vida por salvar a su pueblo de la codicia por el
pergamino. El estridente sonido de las
formidables espadas al colisionar unas con otras estremecían el aire y los llantos y lamentos de los guerreros
envolvían el ambiente. Todo esto iba
acompañado de un calor sofocante y un desagradable olor a quemado.
El manuscrito se encontraba en el valle de las gotas
heladas, custodiado por Fósforo y
Stirlet, un par de dragones guardianes.
Mientras tanto el rey de los orcos: Calaverón, ya se
dirigía hacia allí y, puesto que
Brazofort (Rey de los humanos) ya conocía sus intenciones, lo había
aguardado desde bien entrada la noche junto con los dos dragones. Cuando los dos reyes se encontraron empezaron a luchar
despiadadamente. Grandes y gruesas gotas
de sudor recorrían sus mejillas y la sangre manaba de las visibles heridas que,
poco a poco, iban haciéndose más graves. Cuando Calaverón estaba a punto de ser derrotado, en
su último aliento consiguió dar un golpe en seco con su espada sobre el
manuscrito, dejando a éste separado por cuatro fragmentos. De repente una
brillante y cegadora luz empezó a surgir de los trozos del manuscrito y
elevándose por los cielos desaparecieron en el firmamento volando en diferentes
direcciones. Cada uno fue a caer a un lugar diferente del mundo mágico y nunca
más se supo de ellos.
En el decisivo momento en el que Brazofort iba a
clavarle ya su espada en el corazón al poderoso orco, el resplandor del
pergamino al fragmentarse levantó una gran y cegadora nube de polvo. Calaverón
consiguió escapar y, durante muchos años estuvo reuniendo las cuatro partes del
manuscrito que, posteriormente llegaron a manos del poderoso Jálibu.
Sólo le faltaba una de ellas, el pequeño trozo que se
refería a los Eolir. Ese fragmento había sido el único que se había quedado en Siempreinvierno y fue pasando de generación en generación hasta llegar al
presente y quedar bajo la protección del consejo de los Veintitrés.
Un día, los habitantes de la ciudad se reunieron en
asamblea para tratar ese tema y, decidieron que el fragmento no podía seguir
estando allí, pues en cualquier momento podía ser robado. La importancia del
fragmento era vital para la existencia de todo Dambil pues si los fragmentos
volvían a ser unidos el poder del pergamino sería devastador si era usado con
malas intenciones. Así que el consejo de los Veintitrés, temiendo la traición
de Gormul, hizo un conjuro para ponerlo
a salvo y mantenerlo escondido de cualquier mal.
Para el hechizo, los Eolir dieron su agilidad y
destreza; los Terrarius su fuerza y su dureza; los Flaimers su sabiduría y su
inteligencia y los Woiters su amor y fuerza de voluntad. Juntaron sus manos y
formaron una gran bola resplandeciente y luminosa que se elevó por los aires
hasta desaparecer por completo. De repente la ciudad comenzó a desprenderse de
la tierra dejando una gran llanura bajo sí. Empezó a elevarse del suelo, cada
vez más y más alto. Hasta que sólo llegó a ser un puntito en el firmamento. Ahora
era una ciudad, una ciudad volante. Y allí se guardó el pequeño trozo de pergamino.
El consejo de los veintitrés se mudó allí para así
poder proteger mejor el fragmento. Éste pasó a llamarse el Manuscrito Dorado, ya
que ahora, después de todo resplandecía fuertemente y había tomado un fuerte
tono fosforescente. La ciudad tomó el nombre de Bastión Elemental y estaba protegida por Spilrret, Lucifax y
Úrtico, unos ágiles y rápidos elfos de la tribu del aire. Además, como nadie podía bajar a la superficie, a no
ser que fueran Eolir, si había una urgencia, Fósforo y Stirlet (los dragones
guardianes) estaban a la disposición de los habitantes de la ciudad por si necesitaban bajar. La ciudad estaba
rodeada por profundos fosos y acantilados que daban al peligroso e interminable
abismo. Sus calles eran anchas y muy largas y había veintitrés
acogedoras casitas recubiertas de
grandes piedras superpuestas. Allí es donde vivirían los veintitrés humanos. A las afueras de la ciudad se encontraba una construcción
con forma de pirámide, lugar donde se guardaba el fragmento y donde se
celebraban las asambleas y reuniones de mayor importancia. La ciudad, además, estaba
amurallada por un alto y grueso muro que los protegerían de las posibles
emboscadas y ataques. Para mayor protección la ciudad estaba envuelta en una
gran masa transparente que la aislaba del mundo exterior.
Pero todo esto pasó hace muchísimo tiempo, más del que
os podáis imaginar y ahora Gormul, después de tantos años ha conseguido tres de
los cuatro fragmentos ocultos por el resto del mundo mágico. Busca sin descanso
el último de ellos para así, conseguir resolver el interminable rompecabezas;
ya que esto le acercará un poco más a su meta: hacerse por completo con el
dominio de Dámbil.
Realizado por: Ana Rodríguez Rusillo.
ana sigue así me encanta¡¡¡
ResponderEliminarsoy Rocio Rusillo la del mensaje
Eliminar¡¡Waaooo!! que chulada de historia me a revolucionado por completo. José María
ResponderEliminarte has superado Ana, me encanta
ResponderEliminarAntonio