domingo, 8 de abril de 2012

El Manuscrito Dorado y el Bastión Elemental

Hace mucho, mucho tiempo, cuando ni siquiera Gormul existía, cuando Dambil aún no se había creado, un gran cataclismo estaba acechando la zona norte del mundo mágico.
Allí, entre la ciudad del Minotauro y el mar de las siete aguas, concretamente en la ciudad de Siempreinvierno, se estaba debatiendo una feroz batalla. Esta batalla marcaría por completo la vida del consejo de Los Veintitrés.

Hacía ya dos días y dos noches que el campamento de los orcos luchaban contra los habitantes del reino de Brazofort. Debatían por un manuscrito; El Manuscrito de los Cuatro Elementos. Éste guardaba todos los hechos ocurridos a todas y cada una de las cuatro tribus.  Sus secretos más ocultos, sus cualidades y debilidades, todo y absolutamente  todo lo relativo ellas.

El campo de batalla era un auténtico infierno. Todo era un completo caos. Orcos fuertes y robustos; protegidos por gruesas corazas y poderosas dagas y humanos; con sus respectivos yelmos, armaduras y espadas luchaban entre sí. En el suelo yacían los cuerpos sin vida de aquellos valientes que habían dado su vida por salvar a su pueblo de la codicia por el pergamino.  El estridente sonido de las formidables espadas al colisionar unas con otras estremecían el aire  y los llantos y lamentos de los guerreros envolvían el  ambiente. Todo esto iba acompañado de un calor sofocante y un desagradable olor a quemado.


El manuscrito se encontraba en el valle de las gotas heladas, custodiado por  Fósforo y Stirlet, un par de dragones guardianes.

Mientras tanto el rey de los orcos: Calaverón, ya se dirigía hacia allí y, puesto que  Brazofort (Rey de los humanos) ya conocía sus intenciones, lo había aguardado desde bien entrada la noche junto con los dos dragones. Cuando los dos reyes  se encontraron empezaron a luchar despiadadamente. Grandes  y gruesas gotas de sudor recorrían sus mejillas y la sangre manaba de las visibles heridas que, poco a poco, iban haciéndose más graves. Cuando Calaverón estaba a punto de ser derrotado, en su último aliento consiguió dar un golpe en seco con su espada sobre el manuscrito, dejando a éste separado por cuatro fragmentos. De repente una brillante y cegadora luz empezó a surgir de los trozos del manuscrito y elevándose por los cielos desaparecieron en el firmamento volando en diferentes direcciones. Cada uno fue a caer a un lugar diferente del mundo mágico y nunca más se supo de ellos.

En el decisivo momento en el que Brazofort iba a clavarle ya su espada en el corazón al poderoso orco, el resplandor del pergamino al fragmentarse levantó una gran y cegadora nube de polvo. Calaverón consiguió escapar y, durante muchos años estuvo reuniendo las cuatro partes del manuscrito que, posteriormente llegaron a manos del poderoso Jálibu.


Sólo le faltaba una de ellas, el pequeño trozo que se refería a los Eolir. Ese fragmento había sido el único que se había quedado en Siempreinvierno y fue pasando de generación en generación hasta llegar al presente y quedar  bajo la protección  del consejo de los Veintitrés.

Un día, los habitantes de la ciudad se reunieron en asamblea para tratar ese tema y, decidieron que el fragmento no podía seguir estando allí, pues en cualquier momento podía ser robado. La importancia del fragmento era vital para la existencia de todo Dambil pues si los fragmentos volvían a ser unidos el poder del pergamino sería devastador si era usado con malas intenciones. Así que el consejo de los Veintitrés, temiendo la traición de Gormul,  hizo un conjuro para ponerlo a salvo y mantenerlo escondido de cualquier mal.

Para el hechizo, los Eolir dieron su agilidad y destreza; los Terrarius su fuerza y su dureza; los Flaimers su sabiduría y su inteligencia y los Woiters su amor y fuerza de voluntad. Juntaron sus manos y formaron una gran bola resplandeciente y luminosa que se elevó por los aires hasta desaparecer por completo. De repente la ciudad comenzó a desprenderse de la tierra dejando una gran llanura bajo sí. Empezó a elevarse del suelo, cada vez más y más alto. Hasta que sólo llegó a ser un puntito en el firmamento. Ahora era una ciudad, una ciudad volante. Y allí se guardó el pequeño trozo de pergamino.

El consejo de los veintitrés se mudó allí para así poder proteger mejor el fragmento. Éste pasó a llamarse el Manuscrito Dorado, ya que ahora, después de todo resplandecía fuertemente y había tomado un fuerte tono fosforescente. La ciudad tomó el nombre de Bastión Elemental  y estaba protegida por Spilrret, Lucifax y Úrtico, unos ágiles y rápidos elfos de la tribu del aire.  Además, como nadie podía bajar a la superficie, a no ser que fueran Eolir, si había una urgencia, Fósforo y Stirlet (los dragones guardianes) estaban a la disposición de los habitantes de la ciudad  por si necesitaban bajar. La ciudad estaba rodeada por profundos fosos y acantilados que daban al peligroso e interminable abismo. Sus calles eran anchas y muy largas y había veintitrés acogedoras casitas   recubiertas de grandes piedras superpuestas. Allí es donde vivirían los veintitrés humanos. A las afueras de la ciudad se encontraba una construcción con forma de pirámide, lugar donde se guardaba el fragmento y donde se celebraban las asambleas y reuniones de mayor importancia. La ciudad, además, estaba amurallada por un alto y grueso muro que los protegerían de las posibles emboscadas y ataques. Para mayor protección la ciudad estaba envuelta en una gran masa transparente que la aislaba del mundo exterior.

Pero todo esto pasó hace muchísimo tiempo, más del que os podáis imaginar y ahora Gormul, después de tantos años ha conseguido tres de los cuatro fragmentos ocultos por el resto del mundo mágico. Busca sin descanso el último de ellos para así, conseguir resolver el interminable rompecabezas; ya que esto le acercará un poco más a su meta: hacerse por completo con el dominio de Dámbil.

Realizado por:  Ana Rodríguez Rusillo.

4 comentarios:

  1. ana sigue así me encanta¡¡¡

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  2. ¡¡Waaooo!! que chulada de historia me a revolucionado por completo. José María

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  3. te has superado Ana, me encanta

    Antonio

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